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El ser y el sitio

  • Humeler, Ariel
  • 20 jul 2017
  • 4 Min. de lectura

Uno siempre vuelve a los sitios donde amó la vida. El ser es quien le da sentido y uso a los elementos del sitio, revitalizándolo hasta saciarlo. Es recíproco: el sitio genera una especie de mística haciéndolo sentir en un estado de plenitud, mostrándole a ese ser que ahí está su felicidad, su hábitat, el lugar que el cosmos le destinó en el mundo. No es el objetivo hacer apología de la filosofía heideggeriana. No, nada de eso. Recordar que el ser tiene su sitio es un intento de mostrar la contracara en tiempos de postmodernismo. Lo que se rompe, no se arregla. Todo es efímero, se desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Reina la sensación de no poder aferrarse a nada porque ya pasó. Contra toda tendencia actual, una corriente antigua que pregona durabilidad volvió a hacerse presente: es la historia de un hombre nacido en Capital Federal un 20 de julio de 1956 junto a una de las instituciones más longevas del fútbol argentino: Falcioni y Banfield, Banfield y Falcioni. Llámele como quiera. Entre ellos hubo encuentros, disputas, risas, llantos, enojos, separaciones y regresos. Pero hay amor mutuo, siempre vuelven. Son tal tal para cual. El destino los quiere juntos.

El último capítulo de la novela comenzó en la mitad de un campeonato. Este tercer ciclo del emperador en el trono no tuvo un inicio demasiado grato: cosechó pocos puntos, planteó muy mal dos clásicos en los que fue ampliamente superado por su rival (que encima se consagraría campeón) y mostró pocos indicios futbolísticos de una pronta recuperación. A pesar de lo sucedido, el banfileño, conocedor como pocos del obrar de Julio César, no le perdió paciencia. Sabe, por experiencias pasadas, que luego de varios meses en el sillón sus equipos empiezan a producir los frutos del trabajo. Sin embargo, el arranque de una nueva temporada no fue el esperado: eliminación temprana por Copa Argentina, insólita eliminación en Copa Sudamericana y el andar irregular en el torneo doméstico lo situó al ser en el limbo. La relación entre el ser y el sitio parecía llegar a su fin definitivamente hasta que, de repente, ante el asombro de propios y extraños, cinco triunfos de manera consecutiva cerraron un semestre de manera positiva. El amor parecía recomponerse, ahora había que esperar…

Permítannos hacer un alto. Luego de lo narrado anteriormente, resulta de vital importancia remarcar algunos aspectos de lo que vendría inmediatamente, antes de continuar con el feliz desarrollo de la historia. Sin los mismos, no se entendería cuán grande es la gesta que otra vez volvieron a producir en sintonía el ser y el sitio. Decíamos, Banfield finaliza el primer semestre en alza y la relación parecía encaminarse nuevamente. ¿Qué ocurre entonces? Al club (junto a otros tantos equipos de los denominados “chicos”) se le adeudan varios meses del dinero correspondiente al Fútbol Para Todos, y como la institución no está en condiciones de sacar un conejo de la galera, los problemas comienzan. Los dos referentes máximos del equipo deciden dar un paso al costado, el plantel no entrena, los empleados paran. Una nueva hecatombe parece divisarse, esta vez no por negligencia de los directivos ni de nadie, sino por un maléfico plan que pareciera buscar hostigar a los más débiles hasta reventarlos. Sin embargo, el ser junto a los administradores del sitio, deciden repatriar dos buenos hijos de la casa: un tal Renato Civelli y un tal Darío Cvitanich, para intentar continuar luchando en una batalla que parecía estar perdida.

Y comenzó el segundo semestre. No fue bueno el comienzo —una vez más— pero se recompuso. El triunfo en el clásico ante Lanús fue un punto de inflexión que lo marcó a sangre y fuego. A partir de ahí, con mayoría de aciertos y algunos traspiés, el ser y el sitio lograron juntos cumplir con una misión que ni el más optimista se hubiese esperado al inicio de la temporada: ingresar una vez más a la Copa Libertadores. Pese a todo y contra todos.

Señor Falcioni: ¿Qué pasó esta vez? ¿Cómo lo logró? ¿De dónde sacó energías para renovar con su aire un sitio desgastado? ¿Cuáles fueron sus aciertos? ¿Por dónde pasaron las claves? Ratificar a Hilario Navarro pese a la oleada de críticas ante las que siempre estuvo expuesto, la capacidad de reemplazar a Silva y Erviti sin lograr que disminuya el rendimiento del equipo, el coraje para jugársela por un doble pivote muy joven que con muy poco rodaje se terminó ganando la titularidad de manera indiscutida. También supo adaptarse a la falta de recambio, dándole minutos a varios del semillero que hoy son el futuro del club. Le otorgó a Mauricio Sperdutti toda la confianza necesaria para recuperarlo por completo (proceso que había iniciado Franco en Colón de Santa Fe). Convenció a Bertolo de que para él Banfield también es su lugar en el mundo. Por último, supo explotar al máximo a los referentes recién llegados que con su sentido de pertenencia reconquistaron (si es que alguna vez perdieron ese terreno en algunos corazones) al hincha banfileño. Civelli, con su entereza, rápidamente se afianzó como la voz de mando en el fondo. El otro, desde su humildad y con el aporte de su experiencia acumulada en su vasta trayectoria, se transformó en el goleador y el emblema número uno del equipo. A este cúmulo de situaciones mencionadas, súmesele los atributos logrados en conjunto: juego en equipo, actitud, coraje, y sobre todas las cosas, una gran capacidad de resiliencia.

Borges decía que cuando uno afirma extrañar el lugar en el que fue feliz, en realidad se equivoca, porque lo que en realidad extraña es el tiempo. Falcioni tuvo la osadía de refutarlo: el tiempo lo cambió a él y al sitio, pero juntos siguen triunfando. Parece increíble. Es un cuento que merece ser contado una y otra vez. La recopilación de relatos fantásticos banfileños merece un titular. ¿Qué nombre debería llevar? Nosotros nos quedamos con las palabras de una bandera que reza así: “los días más felices siempre fueron falcionistas”.

 
 
 

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