Frustración e impotencia
- Paris, Alejo
- 24 jun 2018
- 3 Min. de lectura

Don Torcuato, Buenos Aires. Cuando Juan se va a dormir cada noche, es de dialogar con su conciencia. Intenta razonar con juicio crítico sobre sus propios actos, hace un balance diario de cada jornada. Pero al terminar el debate con su sombra, cuando Juan cierra los ojos, el escenario siempre es el mismo. Un sentimiento de nostalgia lo invade, seguido de una profunda frustración. Juan abre los ojos, y alrededor no ve más que alivio y felicidad; como secuelas de una tormenta furiosa. Pero esas sensaciones son ajenas a él y a sus hermanos de azul. Entre sus compañeros de tristeza, percibe además un sentimiento de impotencia en uno de ellos. Lo observa, mientras la mirada del adolecente de 18 años parece pérdida, sin percibir que alguien lo estaba mirando. Entonces, en su sueño, Juan cierra sus ojos y logra retroceder el tiempo.
30 de Junio de 2006, Berlín. Los locales confiaban en su fútbol y en el apoyo de los suyos, se les había escapado la final cuatro años atrás y querían revancha. Aunque poco tenía este equipo de aquel de Corea-Japón, Alemania había iniciado un proceso de restructuración; de a poco, empezaba a cambiar su fútbol. Argentina, por su parte, llegaba la cita de cuartos de final con un sueño en alza y con un rotulo de candidato que le habían dado el 6-0 a Serbia y Montenegro y la volea de Maxi Rodríguez para destrabar el partido con los mexicanos. De a poco también, los celestes parecían dejar atrás su última decepción mundialista.
Las acciones se mantenían igualadas en 0, hasta que llegó el cabezazo de cañón de Roberto Ayala. Argentina se ponía 1-0, y los locales comenzaban a temblar. Promediando el complemento, la lesión de Abbondancieri dejó endeble la psiquis y el arco de Argentina. Al minuto siguiente, Riquelme fue reemplazado. Al ver el rostro de quien ingresaría por él, algo le pareció familiar a Román. Se trataba de la última imagen había visto antes de soñar en su sueño. Pero ya no había impotencia en el rostro de este joven de 18 años, sino un enorme entusiasmo. A Riquelme no le gustó ser reemplazado, pero entendió que quien lo reemplazaba era signo de esperanza para el futuro de los suyos. Poco menos de 10 minutos luego de haber dejado el campo de juego, llegó el empate de los alemanes. Quedaban restaban 10 minutos antes de finalizar el partido, y el caos ahora era albiceleste. Román miraba con cierta frustración las acciones, ¿Por qué el entrenador había decidido reemplazarlo a él? Entendía que no se merecía quedar al margen del que podría llegar a ser el último partido del mundial, y quizás de su único mundial. Encima contra ese otro, contra el mismo tipo que le había amargado su sueño europeo un mes atrás. Pese a su frustración, Román tenía la esperanza puesta en su joven reemplazo. Aquel hombrecito diminuto tenia, como siempre, la mirada perdida. No se podía saber si elucubraba algo o si estaba desanimado; se lo veía como en transe. Recibió la pelota 5 metros más atrás del vértice derecho del área grande alemana, se sacó de encima al defensor lateral con un enganche, al cruce salió el central que quedó desparramado ante una gambeta orteguiana. Levantó la cabeza y observó la ubicación del arquero, que detrás de una mirada perdida repasaba en su memoria una lista con los posibles ejecutores de penales de Argentina –adelantándose en el tiempo-. Entonces, ejecutó un disparo al ras del césped dirigido al segundo palo. Emulando el gol a Croacia en el prefacio de aquella copa del mundo, la pelota ingresó por el costado derecho de la escuadra, dejando estéril la estirada del arquero Lehmann. Hubo una explosión de alegría y felicidad. Messi se dirigió hacia Riquelme, Juan Román lo vio venir. Ambos se fundieron en un abrazo eterno, como sabiéndose en semifinales. Pero el partido tenía que seguir, Román no quería pero tuvo que dejar ir a Lionel para que los alemanes saquen del medio y el partido pueda terminar. Cuando Román soltó a Lionel, todo oscureció. Él cerró los ojos, los volvió a abrir, quedó atónito. Ante su vista estaba Lionel. Tenía mirada perdida en el césped, pero lentamente iba ascendiendo hasta llegar a mirar a un horizonte imaginario. Román sintió alivió, sintió tranquilidad. Alrededor, la felicidad había vuelto a ser alemana. Entonces, Juan Román Riquelme volvió a cerrar los ojos. Un instante después, los volvió a abrir. El sol auguraba un hermoso día en Don Torcuato.
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